Soy abogado, como mi abuelo y mi padre. A mí me hubiera
bastado con ser feliz, como mi tío.
Ñoren's way
Ni las letras se borran soplando, ni los gritos silencia el viento.
9 de noviembre de 2014
24 de octubre de 2013
Por ella, por tí, por tod@s...¡LOMCE NO!
Quizás los docentes deberíamos plantear huelgas indefinidas; quizás deberíamos reventar los servicios "mínimos"; quizás deberíamos boicotear actos de propaganda institucional en nuestros centros; quizás deberíamos organizar asambleas informativas.
Quizás la sociedad debiera asumir que la educación nos afecta a todos; quizás el recorte en profesorado afecte tanto a la hija del panadero como al maestro de matemáticas; quizás la beca le haga más falta a la hija del parado que a la maestra de inglés; quizás el hecho de dar fuerza a la religión afecte al sobrino de la abogada más que al profesor de música; quizás que la educación física, artística y musical pierda terreno afecte al hijo del nutricionista más que a la misma maestra de Educación Física; quizás las revalidas, itinerarios tempranos y segregaciones continuas, afecten más al hoy bebé del banquero que al maestro de infantil; quizás sería necesaria una HUELGA GENERAL para luchar por la educación.
Lo que no acabo de ver, es el esquirol que va al trabajo con su camiseta verde; no veo al que critica la huelga por inservible; no creo que quien no es capaz de hacer un día de huelga vaya a plantearse una indefinida; no creo que los sindicatos estén luchando como es debido por la educación pública; no me creo al político que se pone detrás de la pancarta de forma oportunista; no me gusta la LOMCE, ni el ministro ni el gobierno.
Lo que tengo seguro, es que solo luchando juntos podremos defender lo que nos quieren robar; que solo apoyando a quien lo necesita se crea la justicia; solo apostando por lo público se puede garantizar igualdad de oportunidades.
Por una Escuela Pública de calidad, laica y gratuita.
LOMCE NO.
Quizás la sociedad debiera asumir que la educación nos afecta a todos; quizás el recorte en profesorado afecte tanto a la hija del panadero como al maestro de matemáticas; quizás la beca le haga más falta a la hija del parado que a la maestra de inglés; quizás el hecho de dar fuerza a la religión afecte al sobrino de la abogada más que al profesor de música; quizás que la educación física, artística y musical pierda terreno afecte al hijo del nutricionista más que a la misma maestra de Educación Física; quizás las revalidas, itinerarios tempranos y segregaciones continuas, afecten más al hoy bebé del banquero que al maestro de infantil; quizás sería necesaria una HUELGA GENERAL para luchar por la educación.
Lo que no acabo de ver, es el esquirol que va al trabajo con su camiseta verde; no veo al que critica la huelga por inservible; no creo que quien no es capaz de hacer un día de huelga vaya a plantearse una indefinida; no creo que los sindicatos estén luchando como es debido por la educación pública; no me creo al político que se pone detrás de la pancarta de forma oportunista; no me gusta la LOMCE, ni el ministro ni el gobierno.
Lo que tengo seguro, es que solo luchando juntos podremos defender lo que nos quieren robar; que solo apoyando a quien lo necesita se crea la justicia; solo apostando por lo público se puede garantizar igualdad de oportunidades.
Por una Escuela Pública de calidad, laica y gratuita.
LOMCE NO.
2 de julio de 2013
5 de mayo de 2013
Una maratón de emociones
Sentarse a
escribir una crónica de una maratón, es algo realmente laborioso (o por lo
menos la primera vez yo lo veo así). Uno intenta plasmar las sensaciones,
emociones, sentimientos… que ha experimentado no solo durante esos mágicos
42,195 km, sino durante meses de entrenamiento, semanas de soledad y de
dedicación.
Todo debió
empezar hace un par de años, o alguno más quizás. Como aficionado al deporte te
pica la maratón desde que la conoces; y como corredor popular (que es donde me
encuadro estos dos años) uno tiene el desafío desde las primeras zancadas.
Empecé como la
mayoría, supongo, corriendo la carrera de mi pueblo. En mi caso la Puerto de
Vega – Navia (en mayo del 2011). Para ella, me había empezado a preparar unos
meses antes, con la idea de acabar, de pasarlo bien y de encontrar un aliciente
para volver a engancharme al deporte, y con el desafío de superar una avería de
las buenas en la rodilla. ¡Y vaya que si me enganchó! Desde que me sitúe en el
muelle de Puerto de Vega, en el calentamiento de aquella carrera, me entró el
gusano del correr… y ahora estoy realmente enganchado a él. Un 10.000, una urbana,
un cross pequeñito, la primera media, la incomparable Behobia-San Sebastián,
más medias maratones, S. Silvestre…
A lo largo de estos 2
años ya han sido unas cuantas carreras, tanto en Asturias como en Galicia (con
un par de escapadas a Behobia y la media de León). Y desde el inicio, la idea
rondando en la cabeza. Algún día, cuando puedas, sin obligarte, cuando te lo
pidan las piernas… pero algún día tiene que caer la maratón. Amigos te cuentan
historias de ellas, y gracias a mi hermano las conozco más de cerca. Lees en foros, en blogs, más blogs… esa aventura
hay que vivirla, a mi no me llegaba con que me la contasen, y menos quedar con
la sensación de no haberlo intentado.
Así pues, a
finales del año 2012, (o inicios del
curso 12-13 que así medimos los maestros la vida) se marca el objetivo. Para el
año 2013 será la primera. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Las dudas son muchas, casi
tantas como miedos. Con el calendario, 3 son las opciones: Barcelona, A Coruña
o Madrid. Por aquello de debutar en una cerquita, minimizando gastos y
aumentando la gente conocida, nos lanzamos a por Coruña42, así que desde
noviembre, el 21 de abril de 2013 lleva marcado en rojo en todos los
calendarios (sé que los domingos todos van en rojo, pero el mío además lo tenía
rodeado, subrayado y con letras que decía: MARATÓN).
Desde el momento
en el que se marca la fecha, hay que empezar a releer foros, buscar programas,
entrenos, consejos… y al final 12 semanas parece que van a ser las destinadas a
entrenar específicamente para la maratón. Doce semanas que comienzan
casualmente con una carrera que me va a servir como medición de dónde me sitúo
(el 10.000 de Trevías), y que me sirve para darme cuenta que mucho hay que
entrenar.
A mediados de Enero,
empieza pues la preparación de la maratón, y es tan sencillo de saber cuánto
dura como ver cuándo nos dejó el invierno: ¡sí!, 3 meses de lluvia, viento,
granizo, nieve y frío; corriendo siempre con 2-3 capas, guantes, gorro,
cortavientos. Tiradas de 2 horas y media bajo lluvia, series con recuperaciones
heladoras, cuestas esquivando charcos y “riadas”… Todo muy atractivo para
animar a alguien a planteárselo.
Gracias a los
ya nombrados foros, te das cuenta que algún loco más hay por ahí en las mismas
condiciones. Algún loco cercano incluso te acompaña en alguna tirada larga; te
cruzas con más entrenando, con el mismo número de capas y la mirada que lo dice
todo: “vaya maratón que fuimos a escoger”. Pero no había vuelta atrás, y ni las
patas, ni la cabeza iban a dejar abandonar.
Semana a
semana, los kilómetros hacen lo mismo que las precipitaciones, aumentar. Poco a
poco empiezo a notar que ya tiene que pasar media hora para que las piernas vayan
lo bien que deben. Los entrenos empiezan a hacerse largos, las series suman y
suman metros, y la carretera N-VI a su paso por Vega de Valcarce empieza a ser
mi hábitat: sé a qué hora pasa el camión de Congelados; saludo a la dueña del
bar de Ruitelán, siempre cerquita ella de su chimenea; los jueves me cruzo con
cazadores que vuelve de la jornada… Son pocos los peregrinos que pasan en esta
época, pero curiosamente los que lo hacen me miran con cara de “mira que no
habrá días para correr” y yo les miro pensando “mira que no habrá épocas del
año para hacer el camino”. Y curioso es también, que la misma intención que
ellos tienen de dejar el camino, es la que tengo yo de dejar el entreno.
Día
a día, hasta llegar a los 84 (dos para cada uno de los 42 km), la frase que más
se repite al llegar a casa es la de “pasa pa la ducha que vas a coger frío”.
¿Coger frío? Lo que debería hacer es soltarlo, o mejor, ¡que él se suelte de mí!.
Pero es que el día a día de la pareja es más duro que el propio corredor. Como
bien empiezan a decir, hay que pasar a hablar de la soledad de la pareja del
corredor de fondo, más que la soledad del corredor de fondo. No solo estás gran
parte del día dedicado al entreno, si no que ese tiempo tiene que ser a unas
horas determinadas (con luz natural, escasa en invierno), y día a día, sin
excusas. Cuando organizas planes, al hacer la maleta lo primero las zapatillas,
pantalón y camiseta (y chubasquero, y térmica, y guantes, y gorro…). Allá donde
estés, hay que sacar un rato para la carrera… y eso en muchas ocasiones va en
detrimento del tiempo para tu pareja. No dudo pues en reconocer que la mía, por
este y por otros muchos motivos, se lleva el porcentaje mayor del logro.
Y se acerca el
momento, a menos de dos semanas ya… Personalmente para mí la penúltima semana
del plan de entrenamiento fue la más dura, en cuanto a la cabeza. Por un lado,
las piernas pidiendo rodar, correr, un poquito más que todavía quedan días para
recuperar, unos kilómetros más que vas justo de tiradas largas, unas series más
que hay que asegurar el ritmo… Y por otro lado la cabeza: “Loren, ya está todo
hecho, toca descansar y déjate de cargar ahora“. Al final “ni pa unas ni pa
otra”, haces lo que debes pero un poquito más, es decir, las series de 20’
pasan a ser de 22’, y las 4 series a ritmo maratón se convierten en 5 un poco
por debajo… Creyendo que me he portado, me inscribo en una carrerita para justo
el domingo antes de la maratón, con la intención de participar en una más y así
obligarme a hacer solo los kilómetros de la carrera, nueve, y no aventurarme en
una nueva e infinita tirada que lo único que me serviría sería para castigarme
y poner en peligro la maratón.
¡Última semana! Con un par, aparece el sol.
¿Qué te habías creído, que no vendría? Y la cara que se me queda, justo ahora
que me tengo que quedar tranquilito, vienes tú a dar ganas de salir a moverse,
¡eres cojonudo! Pero esta última semana si que no hay duda. Toca descansar,
masticar nervios y mentalizarse. Tomar el sol es la opción más acertada,
cargando las pilas a buen ritmo y descontando horas para que lleguen las 8:30
del día 21 de abril (menudo madrugón de domingo...). Si semanas atrás, me
hubieran dicho que la última semana iba a pasarla tomando el sol, les lanzaría
mis guantes pingando, mi frío y alguna bola de nieve. Pero resultó ser cierto,
y parecía que no nos iba a soltar en unos días (y así fue)
La semana doce pasa tan rápido, que cuando
me doy cuenta estoy preparando mi última mochila pre-maratón. Ahora sí que los
nervios ya no me van a abandonar. Zapatillas, pantalones, calcetines, camiseta
(la de tirantes, que toco desempolvar), tiritas (de su uso mamario), otras
zapatillas, otra camiseta, otro pantalón, otro…. LOREN, ¡que solo vas a correr
un día!! Muchos kilómetros, si, pero solo un día. Hay que preparar el
avituallamiento, Orejones y nueces, y al igual que la ropa, por si acaso… medio
kilo nueces y 300g de orejones, para escoger las dos mejores piezas de cada.
Llamadita a los dueños del hospedaje (dos amigos que siempre tienen su casa
disponible) para ultimar la cena, pescadito, verduritas, fruta y agua. Con todo
preparado, nos dirigimos a la Casa del Agua, a recoger el dorsal y
supuestamente a ponernos los dientes largos en la feria. Digo supuestamente
porque al llegar allí descubrimos que la feria deja bastante, mucho, que
desear, y que lo único que me va a poner los dientes largos es ver una clase de
técnica, esa que ya expliqué que es inexistente en mí correr. Bueno Loren, que
ya tienes tu dorsal, el 371. Ahora, para casita, a prepararlo todo. Quien me
conoce, sabe que soy un poco maniático. Que el día antes, no sin antes
revisarlo infinidad de veces, me gusta dejar toda la indumentaria colocada,
cada calcetín en su playero, chip en los cordones, dorsal puesto, camiseta y
pantalón… y en esta ocasión las dos escogidas nueces y los dos exquisitos
orejones envueltos y guardados en el bolsillo. Ahora sí que
ya está todo, toca relajarse, hacer la cena, descansar… y todo hecho (menos lo
de relajarse). No solo la ropa de la carrera,
si no que la mochila también es revisada: chanclas, gel, toalla, agua, ropa… y
el premio: chocolate 85%.
Hora de irse
para la cama, despertador preparado para las 7:00h, como si no hubiera un
mañana decían ellos. Ahora sí que está todo, todo hecho. Oportunas buenas
noches, que me devuelven con un choque de palmas que me recuerdan que a Coruña
he ido a lo que he ido. Así que “pasa pa la cama” y a dormir. (No sin antes
volver a analizar la ropa, la mochila y el despertador).
Quedan 5
minutos para que suene… si es que ya estoy despierto desde un cacho antes de
las 7, pero hasta que suene el despertador no se mueve nadie, todo según los
planes. Toca vestirse (que bien haber dejado todo preparado) y aprovechar para
dejar lastres (sé que no es agradable esto, pero para un corredor es muy
significativo). A las 7:30 ya estaba listo, y a las 7:35 en el Taxi rumbo a la
salida, con mi N siempre como cómplice. Al llegar a la salida, ya se empieza a
ver el ambietillo. La élite calentando, el speaker dando guerra ya desde
tempranito, los voluntarios recibiendo últimas indicaciones… Vamos hacia Plaza María
Pita a ver la meta, y no puedo evitar pasar por los metros finales, sin llegar
a cruzar la meta… eso lo dejo para unas horas después. Con todo estudiado,
vamos a tomar el correspondiente café solo largo. La cola me indica donde tengo
que esperar para acabar de soltar lastre. Y es momento para sorpresas, porque
sin esperarlo aparecen por allí mis padres, mi hermano y mi “cuñá”. Parece que
está llegando el momento, la cosa se pone serie… últimos tragos a la botella de
agua, beso energético, y como bien me dice: “a disfrutarla”.
Buscando el hueco,
encuentro que el cajón número 3 está bastante vacío, así que ahí me planto.
Curiosamente, los nervios han desaparecido, o mejor dicho, se están guardando
para kilómetros posteriores. Miro a mis
lados, y no veo entre los corredores a ningún conocido. Sé que hay gente de
Navia que ha ido, pero ninguno está cerca. “Bueno, durante las 3 vueltas vas a
tener tiempo para verlos, así que tú a lo tuyo”. Y así, como quien no quiere la
cosa, suena el pistoletazo de salida de la maratón. Emocionado, me digo: Loren,
llevas 12 semanas esperando este domingo, días tachados en calendario hasta
llegar a este domingo 21 de abril, marcado en rojo, rodeado, subrayado y con
letras que decían: MARATÓN. Si todo lo que has hecho ha sido bastante, lo
sabrás dentro de algo más de 3 horas (si
no ha sido suficiente algo antes, pero a la postre la cosa salió bien). El
primer kilómetro entre la salida, gente, buscar conocidos en público… pasa
rapidito. Eso sí, a ritmo acordado de calentamiento. Durante los dos primeros
kilómetros, me planteo un ritmo, y a partir de ahí, que las piernas decidan.
Desde el principio, el haber escogido una maratón con poca participación me
deja situarme cómodo, sin tener que esquivar gente ni molestar a otros
corredores. Y en cuanto damos el primer
giro de 180 grados, toca encarar el paseo marítimo, y ahí había planeado que
era el momento de empezar a correr. Dicho y hecho, aprovechando la pendiente
favorable, empiezo a alargar zancada, marcar un ritmo, y procurar que sea lo
más constante. Deseo que mis sensaciones no me fallen, a falta de gps y
pulsómetro toca dejarse llevar por ellas. Cuando tomo tiempos, me doy cuenta de
que voy más rápido de lo esperado. No sé si voy a aguantar la carrera a ese
ritmo, casi tenía seguro que no, pero lo que si sabía es que ese era el ritmo
que iba a llevar ese día hasta que aguantase. 15, 20, 30, 42… no podía saber cuántos
kilómetros, eso lo dirían las culpables de marcar el ritmo. Y con este
promedio, van pasando los kilómetros. Desde antes de salir tenía claro que iba
a correr solo, que no me iba a juntar a ningún grupete que pudiese condicionar
ritmo. Si coincidía con un grupo, genial, si no pues no pasaba nada. A fin de
cuentas llevaba ya muchas horas corriendo solo, no pasaría nada por 3 más.
Pasan los metros y el ritmo parece bastante constante. Por momentos me uno a un
grupo, luego a una pareja, a otro que va solo, me pasa otro…. Y zancada a
zancada se acerca la media. Hace poco más de año y medio luchaba por acabar una
media, y resulta que ya me la había dejado atrás hoy, e iba directo a por otra.
Paso el medio maratón con 1:32:10, por lo que empiezo a calcular… la cosa está
yendo más rápido de lo esperado, vas a pagarl. Pero no quería bajar ese ritmo.
Era el que me había marcado desde kilómetros atrás y con el que iba cómodo. Al
pasar la media, toca avituallar… así que salen a relucir las nueces y orejones.
Eso sí con uno de cada voy más que servido, un trago de agua para que todo
pase, y a seguir corriendo como hasta ahora.
Como ya he
contado, la maratón constaba de 3 vueltas. Esto, y el cariño que me tienen,
hizo que mis me viesen un
buen puñado de veces, lo que realmente alegra la carrera y da empujón del
bueno. “Ahora el pico”, “venga coñooo”, “ahora toca sufrir”… son frases que se
quedan grabadas, casi de forma fotográfica. ¿Dónde está la chaqueta roja…? Ah
sí! Ya la veo, venga, otro empujón Loren.
Y no solo empujan los espectadores, si no que ya me había cruzado unas
cuantas veces con caras conocidas con las que comparto kilómetros en la playa
de Navia, y con los que primer intercambiamos ánimos, luego saludos, y en la
última ya solo miradas. Pero que también te hacen tirar más fuerte, tirar un
poco más.
Y como no todo iban a
ser buenas noticias, pues llegó el momento de que hiciese aparición el hombre
del mazo, y que me dejase claro, que no iba a soportar ese ritmo. Así, en el km
28 toco empezar a levantar el pie. Iban a ser muchos kilómetros, y se iban a
hacer largos, pero “nadie dijo que fuese fácil”. Como por arte de magia, me
estabilizo durante unos 11 km en un ritmo, con mejores y peores momentos. Pienso
que pocos son los que me pasan, con lo
cual todos estamos igual. Igual de jodidos, pero esta igualdad lo hace normal.
Así que normalizado el sufrimiento, afronto lo que queda, consciente de que hay
que disfrutarlo. Van pasando los metros, cada zancada es realmente un logro, y
ahora parece que la batería se quiere acabar… quedan menos de 4 km, como bajar
corriendo desde el Caseto a Navia, “lo hice muchas veces, solo una más”. Lo
duro, se había reservado para ahora. Dudo en algún momento que sea capaz de
llegar, pero no dudo que voy a darlo todo por hacerlo. Ya me da igual el
parcial, el tiempo y el ritmo. Ahora hay que llegar, entrar en la plaza y
cruzar la línea de meta que antes no crucé por reservar el momento. En estas
condiciones, me pasan y paso a corredores, que comparten la misma idea, solo
mirar al frente y descontar metros. El cartel de km 41 tarda en aparecer, pero
cuando lo hace, parece que ocupa toda la carretera, o yo solo tengo ojos para
él. Último km, eso si que ya está hecho. Sufro, pero disfruto. Sé que ya nada
va a evitarlo, que ese último kilómetro pasará, que toca recrearse, echar la
vista atrás, pensar en los sacrificios, apretar los dientes, y pedirle permiso
a las abdominales para estirarse un poco y entrar en María Pita con alegría.
Llegando a la meta, descubro que algún corredor todavía le queda una vuelta
entera (ole sus huevos), me desvío del circuito a la derecha y llega el
momento… ¿chaqueta roja? ¡Ah sí! Ya te veo, ¡lo hemos conseguido! Miro
fijamente al crono, creo apretar los puños y levantar los brazos con energía,
pero el posterior video me demuestra que lo que hago es levantar mis manos de
forma cansina, sin tan siquiera cerrar los puños ni llegar a estirar los
brazos. Pero ¿qué importa? He cruzado la meta, con un tiempo de 3:11:38. Una
hora después que el vencedor, pero realmente yo me siento como un vencedor.
He llegado, lo he
conseguido. Los esfuerzos han merecido la pena. Algo me dice que he hecho algo
de lo que voy a estar satisfecho. Pero en el momento de llegar, no sé ni lo que
hacer. Las piernas piden sentarse, la cabeza les dice que ni de broma, las
sillas me llaman, y la mirada busca a los míos. Tengo que compartir el momento.
Durante muchas semanas he pasado tiempo solo entrenado, y como ya he dicho, mi
pareja ha sido la más perjudicada por ello. Ahora, es el momento de compartir
la alegría. Durante semanas, he dejado a amigos con el café pendiente, he
perdido más de un vino y una sidra, he salido a correr cuando las visitas se
quedaban en casa… pero ha merecido la pena. Ahora quiero compartirlo. Las
piernas ya no protestan, así que esa chaqueta roja tiene que estar cerca. Sin
decir nada, el abrazo que llevaba esperando desde hacía ya 84 días. En ese
momento, solo la falta de energía y de fuerzas hace que no me salgan las
lágrimas. Somos conscientes entonces de que lo he dado todo, y eso es el mejor
premio.
22 de abril de 2013
Violinista 314
Cada mañana Adriana se planta una a una frente
a las puertas de las habitaciones para llevar a cabo su rutina diaria. Limpieza
del cuarto, muda de sábanas, colocación con mimo de las nuevas toallas y
reposición de todo lo que sea necesario. Así lo lleva haciendo desde hace ya
tres años. Son muchas mañanas repitiendo un rito que solo la imaginación y la
alegría son capaces de romper, buscando
algún destello en su aburrido empleo, algún lápiz de color que pintase su gris
mañana. Anteriormente trabajaba en una empresa de diseño gráfico, pero una
inesperada regulación puso bocetos, proyectos y sueños en la calle. Un dibujo
que tantas veces había esquivado, pero que esta vez le tocó perfilar y
afrontar.
Con el paso del tiempo, había descubierto la
afición de algunos clientes por llevarse toallas, sábanas, e incluso mandos de
la televisión o bombillas; con ello fantasea, y se imagina dónde pueden haber
acabado los objetos que con tanta picardía se habían llevado. Objetos que
disfrutan ahora de sus días en libertad, lejos de aquel céntrico hotel en el
que todos se encontraron inconscientemente encerrados. Como ella.
Dejar volar su imaginación, es lo único que
le permite afrontar cada día con una sonrisa que amablemente dedicaba a todos y
cada uno de los clientes del hotel. Con los horarios como guía crea sus aventuras.
Sabe que encerrada en su habitación está la pareja que se ha regalado un
homenaje romántico, apurando hasta el último minuto su apasionada estancia; que
los madrugadores afrontan una larga jornada de trabajo marcada por el ritmo
incansable de su teléfono móvil, con la lengua quemada por apresurarse a tomar
el revitalizante primer café del día; los viajeros de paso llegan tarde y
marchan pronto en busca de su próximo destino; y las familias le regalan un ajetreo
de entradas y salidas, con horarios dispares y variopintos, impredecibles
ellas.
Pero esta vez, se iba a enfrentar ante una
nueva aventura, que nunca antes había afrontado. Le tocó afilar los lápices de
color, y escogió los más primaverales, los más florecientes.
Se
había instalado en la tercera planta. El carácter sobrio, rústico y palaciego
debió de convencerle. “Alguien con tanta delicadeza, se fija en esos detalles” divagó
Adriana. Desde hacía tres mañanas, no entraba en la 314. El cartel rojizo de “no
molestar” colonizaba la manilla de la puerta cada día. De su interior, solo
escapaba el suave sonido de las cuerdas de un violín, que ponía melodía a sus
historias. Su tacto, su melancolía, sus dedos… Adriana deseaba conocerle. Apuraba
sus tareas para llegar a la tercera planta, y detenerse en la habitación 314,
para una vez más, escuchar esos dedos deslizarse por las cuerdas del violín.
Las repetidas ficciones diarias, habían sido abandonadas en algún rincón,
porque todo su espacio del psique era ahora para él.
Una mañana más, apresurada y nerviosa como
una adolescente. Y allí seguía la melodía. Y seguía fantaseando: sus caricias,
sus besos, su calor, sus suspiros… Maldijo una y otra vez el maldito “no molestar”. Deseaba entrar en su
cuarto, oler su presencia, sentir su atmósfera y, por qué no, verle.
Una mañana más, arreglada y coqueta como
hacía tiempo, ilusionada con sus nuevos bocetos, tonteando con sus diseños,
volando hasta la habitación 314. La puerta como barrera, y la música como
puente. Soñando que esa canción, se la estuviese dedicando a ella. Creyendo que
sentía su presencia como ella notaba su calor.
Una mañana más, sonriente y florecida. Sus
pinturas bien afiladas, preparada para imaginar y volar. Tuvo que aterrizar; la
habitación 314 estaba ya vacía. Sin previo aviso, se había ido. Su último disco,
con un precioso violín dibujado en el frontal, presidía la mesa de recepción,
dedicado:
Con afecto a las trabajadoras incansables del Hotel
Libra,
Siempre agradecida, Elisa.
Mi admiración a todas las músicas y
artistas eternamente olvidadas.
El Lo.
16 de abril de 2013
10 de abril de 2013
Viajando con Brehinks.
Hace poco Iñaki Santianes, un muy buen amigo, lanzó uno de esos discos que no pasan desapercibidos. Para darle un giro de tuerca más, Esteban Suárez (otro muy buen amigo) se encargó del diseño, dibujo y maquetación del mismo. Dicho esto, comprederéis que no sea totalmente objetivo.
La crítica musical, no es uno de mis fuertes: me puedo pasar horas escuchando discos de diferentes estilos, y al igual que me ocurre con el vino, sé el que me gusta más y el que me gusta menos, pero no sería capaz de dar caracterísiticas, cualidades, críticas técnicas... ni soy un catador, ni mi oído lo es. Y Brehinks es uno de los discos que me gusta, de los que llevo en el reproductor del coche y le obligo a amenizarme el viaje.
No solo me hace llevaderos mis trayectos, si no que cada vez que lo disfruto, me embarca en un viaje nuevo... cada tema, cada corte, es una etapa de una aventura que varía cada vez que se oye. Es uno de esos discos que dependiendo del estado emocional, puedes ganar o perder la batalla; puedes viajar muy lejos o quedarte en el punto de partida sin atreverte a salir. En este viaje, estate seguro que irás solo, pues cada persona se creará su mundo, su vivencia. Luego, podéis compartirlas y comentarlas, e incluso escribirlas, pero no esperéis la comprensión o el "¡a mí me pareció lo mismo!". Ni tampoco te creas en el poder de juzgar el viaje que otro ha hecho. Es su viaje con Brehinks, y es "lo que quieres que sea".
Y ese viaje, Esteban lo plasmó a su manera, dándole a la maquetación un toque especial. En un mismo trabajo, nos encontramos no solo el arte de la música, de la composición... también el arte gráfico. Escapando de portadas-diseños tradicionales, nos enfrentamos ante un trabajo que nos atrae, nos sorprende, nos descoloca. Es decir, lo que nos ofrecen las melodías, nos lo adelanta la portada: desconecta y déjate llevar, porque lo que vas a ver-oír no es algo al uso.
Os invito pues a viajar con Brehinks, y contar vuestras historias y vivencias.
En una de las primeras escuchas (afortunado de mí fui de los primeros en oírlo) me inspiró una historia, que a continuación relato. Fue mi primer viaje "Brehinks", no el único.
- ¿Qué buscas, hijo? – preguntó su padre.
- Nada, y todo a la vez. – le contestó su hijo.
- ¿Qué has perdido?
- Lo que no me atrevo a buscar.
- ¿Qué te falta?
- Lo que ni tan siquiera echo de menos. – Afirmó cerrando su mochila.
- ¿Por qué te marchas? – incrédulo cuestionó.
- Buscando lo que echo en falta, encontraré lo que he perdido.
Y partió. Nada más que un deseo; nada más que su fuerza; nada más que su sueño.
Sabedor que se toparía con parajes nunca antes desvirgados.
Consciente de que libraría batallas agotadoras, contra dispares e
incansables rivales. Conocedor de que sufriría derrotas dolorosas que
forzarían la rendición de cualquier hombre. Partió.
Buscar y encontrar, luchar y ganar, perder y seguir. El sabor de las
victorias y la ilusión por lograr aquello en lo que soñaba, dotarían de
sentido a su esencia. Dio un paso atrás, su último paso atrás, para
abrazar a su padre. Pero este ya no se inmutó, no entendía ni respetaba
la decisión que su único hijo había tomado.
Con la rabia en sus puños, cerró bruscamente la puerta y dejó atrás
la que ya sentía su antigua casa. Nada ya podría retenerle. Apresurado,
su padre se volvió para abrir la puerta. “En las largas migraciones,
todos necesitan un nido para descansar”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)